DE UN VIAJE A UN DESTINO
Tuvo lugar una mañana como de costumbre, en la gélida Magdalena del Mar. Se podía divisar por la ventana, cómo monstruos uniformes devoraban los edificios, y aún más cuando salía rumbo a algo que me dejaría aún más absorto. Pero aún no llegamos a ello. Era típico olvidar el desayuno en un domingo, sutilmente, tétrico. Llevaba prisa en el afán de querer terminar un trabajo para poder sacar un peso de encima y encargarme de otros más. Pues así me dirigía rumbo al MALI, museo famoso por su repertorio artístico al que pertenece, y lo digo porque como personas pertenecemos a esta manifestación que difunde sensaciones nuevas al apreciar lo que enigmáticamente guarda, los artistas aún más y claro está, el museo que sin ello tendría vacío en su significado. El frio eminente traía consigo cierta intriga de conocer la perspectiva con que veían los antepasados la realidad, fantasías y misterios.
Es la hora. Una gran edificación coloquial con esculturas daba la misma bienvenida con la que imagine, álgido y arcano. Unas cuantas monedas fueron el pase a un mundo distinto de nuestra actualidad, subjetivamente ideal para enamorarse de una causa y verla consumarse bajo todas las lupas de un pueblo. Y aunque un sacudón me entumeció, gracias a ese piso ajedraico blanco y negro, que se encontraba como punto de partida, pude ver mi siguiente parada. Esculturas de piedras detallando los actos cotidianos de la vida precolombina como el contorsionista de puémape, que más por la acción, me sedujo por los detalles en el rostro y las marcas en el cuerpo, quizá algo tribales por las formas lineales dibujadas en su cuerpo. El rostro pedrusco fino, a la simple vista, mostraba cómo dos líneas afloraban de los ojos, una miranda sin alma, taciturna y vacía que trataban de decir algo, recordé en el momento un símbolo apotropoico, el ojo de Horus, cosa que me hacía referencia a que quizás sea una marca religiosa o de tribu, pero un remordimiento me influía a no aceptar que se tratase de una melancolía de perdida. Recorrí casi todo el museo desde la artesanía textil, armas añejas, hasta los cuadros religiosos y la exhibición cuzqueña. Muchas referentes a lo religioso, o mejor dicho distintivo clásico, como aquel arte que fue insistido a Dalí por su padre a inicios de su carrera, con el pensamiento de un futuro pedagógico en España para él. Me llevo más tiempo, sinceramente, comprender como la fe puede a veces opacar cosas más sublimes para representar en un lienzo, pero aun así deslumbra ver todo ese perfeccionamiento anatómico con los que figuraban este arte clericó. Al paso de las horas, solo en aquella sección, también perdí la famosa noción del tiempo que me obligo a ver solo algo más para, así más tarde, redactar mi expedición curricular llegando a transformarse en un viaje placentero. Caminando con prisa buscaba algo con que culminar, algo prodigioso y sobrehumano que impregnara en mi razón. Ya al escuchar el ruido fino del viento en su máxima expresión del silencio, decidí trotar y al ver el desierto sumiso del éter decidí correr. No fue malo mi juicio al toparme con la fastuosidad, proverbial y legendaria escena de los funerales de Atahualpa del pintor peruano Luis Montero. Aquel instante evoco todo sobre ello, las falsas promesas, los cuartos de oro y plata, y por supuesto una guerra sin sentido de una hermandad e imperio. Un hombre yacía muerto y expuesto, rodeado de personas muy ajenas a él, quizá ironía del pintor que refleja cuando una pureza es extinta entre los años que deambulamos en esta tierra, pureza incaica saboteada por su misma gente y un pequeño apoyo de la codicia extranjera.
Fue con mucho dolor el salir pensando que deje algo olvidado, algo destinado a ver, y con cuantioso regocijo, al haberme topado con nuestra historia. Aproximándome hacia la salida observaba como la luz natural opacaba la energía sintética de un tesla, que como yo, enardecido, descubrió la magia de la electricidad, mientras yo descubría la misticidad de un museo de arte. Pensando cómo hacer objetivo e inolvidable dichos párrafos en el cual iba a contar mi experiencia, sentía como el sol limeño se hacía notar, y su fragancia entusiasta hacia brotar nuevos enigmas por descubrir, mientras la reverberación de aquella edificación, me decía en el alma, “Pronto he de volvernos a encontrar”. POR: Alex Maguiña Bueno.